“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, 6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” Efesios 1:3-6

Según un informe de Harvard y Stanford son las universidades más difíciles de matricular a un estudiante nuevo. Cada escuela solo admite al 5% de los solicitantes. A pesar de las bajas probabilidades de éxito, Harvard recibe más de 60.000 solicitudes al año y Stanford, más de 55.000. Por cada estudiante que recibe la codiciada carta informándole de su aceptación, otros noventa y cinco reciben una carta de rechazo. En 1981, cuando Pablo Devlin recibió su rechazo, respondió con la famosa frase: “Me di cuenta de que la carta de rechazo que recibí de Harvard tenía un error gramatical. Así que respondí rechazando la carta”. El humorístico rechazo de Devlin a su carta no le permitió entrar en Harvard, pero sí se publicó en The New York Times.

Al igual que los estudiantes que solicitan ingreso a la universidad, algunos intentan impresionar a Dios con todo lo que han hecho. El problema es que nuestros mejores logros están muy lejos de su perfecta santidad. Isaías escribió: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento.” (Isaías 64:6). La única esperanza que tenemos es la gracia. Nadie es aceptado por Dios por méritos, desempeño, habilidad o posición. Sin embargo, en la gracia de Dios, Él declara que somos justos, y eso nos hace aceptados en la lista más importante de todas: aquellos que están en el Libro de la Vida solo por la fe en Jesús.

PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL: El sacrificio de Jesús nos proporciona todo lo que necesitaremos para ser aceptados ante los ojos de Dios.

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