“¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; 33 que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, 34 apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”
Hebreos 11:32-34

Cuando Robert y Mary Moffat fueron a lo que hoy es Botsuana como misioneros pioneros, enfrentaron enormes desafíos físicos y lucharon por abrirse camino en el evangelio. De hecho, pasaron diez años sin un solo converso, y la iglesia que los envió comenzó a considerar la posibilidad de terminar la misión. Pero los Moffat creían que Dios los había llamado adonde estaban y que harían una obra si eran fieles. Un amigo de Inglaterra les envió una carta preguntándoles si podía enviar algo que les ayudara en su labor. Mary Moffat respondió: “Envíennos plato y vasos para la comunión; estoy segura de que pronto lo necesitaremos”. El Plato y los vasos para la comunión fueron enviados, pero se retrasaron por la inseguridad en la entrega del correo. Finalmente llegó el día antes de que los Moffat planearan celebrar la primera comunión para sus primeros seis conversos.

Quienes logran grandes cosas para Dios lo hacen principalmente no porque sean excepcionalmente talentosos o tengan grandes recursos, sino porque creen que Dios hace lo que dice y actúan en consecuencia. Las promesas de Dios tienen gran poder, pero ese poder solo se manifiesta cuando las reclamamos con fe. Podemos decir que creemos en Dios, pero hasta que no empecemos a vivir con fe, nada cambia. No hay imposibles cuando se trata de Dios. Tanto la Biblia como la historia de la iglesia están llenas de historias de personas que lograron cosas asombrosas mediante la fe. Dios sigue siendo el mismo, y su poder no ha disminuido. Debemos poner la fe en acción para que nuestras vidas le agraden.

PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL: La fe no son palabras, sino acciones, tomadas en obediencia a la Palabra de Dios.

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