«Mas él devolvió el dinero a su madre, y tomó su madre doscientos siclos de plata y los dio al fundidor, quien hizo de ellos una imagen de talla y una de fundición, la cual fue puesta en la casa de Micaía. 5 Y este hombre Micaía tuvo casa de dioses, e hizo efod y terafines, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote. 6 En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.» (Jueces 17:4-6)
La idea generalizada en nuestro mundo actual de que la verdad es relativa no es realmente nueva. En el siglo XVIII, David Hume declaró que no existe un estándar objetivo de moralidad y, por lo tanto, no existe una base racional para imponer creencias a otros. Hume escribió: “La belleza no es una cualidad de las cosas en sí mismas: existe simplemente en la mente que las contempla; y cada mente percibe una belleza diferente”.
Consideraba los juicios morales como cuestiones de opinión, no de hecho. Hume es ampliamente considerado el padre del relativismo moral. Pero, en realidad, esta actitud se observa a lo largo de la historia de la humanidad, incluso en la antigüedad, como era común en Israel durante la época de los jueces.
Cuando las personas rechazan la verdad absoluta de Dios, no hay restricción interna en su comportamiento. Pueden elegir por sí mismas lo que está bien o mal, y a menos que exista una ley que prohíba algo y esta se cumpla, harán lo que les parezca mejor. Debido a que toda persona que nace en este mundo tiene una naturaleza pecaminosa y tiende a alejarse de Dios, no pasará mucho tiempo antes de que toda clase de comportamiento malvado sea primero tolerado, luego aceptado, luego promovido y, finalmente, requerido. Cualquier sociedad que rechace la norma moral de Dios verá un aumento en la conducta pecaminosa. Nuestra tendencia es seguir nuestro propio camino, lo cual es la manifestación externa de la depravación interna de la vieja naturaleza.
«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.» (Isaías 53:6)
PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL: La verdad de Dios es absoluta e inmutable, y debemos aferrarnos a ella pase lo que pase.