El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? 7 En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. 8 Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio,¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos. Malaquias 1:6-8
La devoción es un acto de amor y reverencia hacia Dios. Los hijos de Dios expresan su devoción a través de la oración, la adoración, y las buenas obras. Al darle a Dios lo mejor, los creyentes fortalecen su relación espiritual y demuestran su compromiso con su fe.
Independientemente de los estándares humanos que podamos alcanzar o no alcanzar, Dios no acepta menos que lo mejor que podamos hacer.
Las instrucciones dadas bajo la ley sobre qué animales eran aceptables para el sacrificio eran claras. “Y si hubiere en él defecto, como si fuese cojo o ciego, o cualquier otra mala defecto, no lo sacrificarás a Jehová tu Dios” (Deuteronomio 15:21). Pero en la época de Malaquías, el pueblo le daba a Dios todo lo que era defectuoso, mientras que se quedaba con lo mejor para sí. Dios llamó a esto “mal” y no ha cambiado de opinión. Cuando Dios nos dio, envió lo mejor que tenía: a Él mismo, Jesús. Nuestra salvación fue comprada por un Cordero perfecto. “Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19).
Principio de valor para edificar una vida espiritual: Dios no merece nada menos que lo mejor que podamos ofrecerle.