El animal será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras.
6 Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. 7 Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Exodo 12:5-7
Cuando Moisés dio a los israelitas las instrucciones para la Pascua antes de la noche en que todos los primogénitos de Egipto serían asesinados, les dio instrucciones específicas y detalladas sobre cómo podrían estar a salvo. Cada familia que puso la sangre del cordero en la puerta se salvó de la angustia y la tragedia. Cada familia que no lo hizo sufrió la muerte de todos los primogénitos de la casa. No importaba si creían que el Dios de Israel era el Dios verdadero. No importaba si creían que Moisés había sido enviado por Dios para guiarlos. Su verdadera fe se vería a través de si ponían o no la sangre en los postes de sus puertas.
Esta historia del Antiguo Testamento es una imagen para nosotros de la sangre de Jesús que expía nuestro pecado. Hay muchas personas que profesan creer en Dios e incluso creen que Jesús murió en la cruz y resucitó de entre los muertos. Pero si no ponen su fe solo en Él para ser su Salvador, si intentan ganarse el camino al Cielo a través de sus propias buenas obras, solo tienen conocimiento intelectual y no fe real y viva. Santiago 2:23 dice: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan”. No basta con conocer la verdad acerca de Jesús; debemos poner nuestra fe en Su sangre derramada para ser salvos. Así como los israelitas debían aplicar la sangre de un cordero en los postes de sus puertas, así también nosotros somos salvos al confiar en la sangre derramada por nosotros por “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Principio de valor para edificar una vida espiritual: Dígale a alguien cómo sus pecados pueden ser perdonados al confiar únicamente en Jesús para su salvación.
