Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús.
15 Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. 16 Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. 1 Timoteo 1:14-16
Antes de su conversión, Saulo de Tarso fue el opositor más violento y vehemente del cristianismo en el mundo. Lideró la persecución de la iglesia primitiva, buscando con tal ferocidad a los seguidores de Jesús que muchos de ellos se dispersaron no solo de Jerusalén, sino de Israel por completo. Por eso, estaba en el camino a Damasco, donde se encontró con Jesús y todo cambió. La historia del apóstol Pablo es una maravillosa demostración del poder del evangelio para transformar la vida de quienes lo reciben. También es un poderoso recordatorio de la paciencia y la longanimidad de Dios. Pablo ciertamente merecía el juicio por sus ataques a creyentes inocentes, pero en lugar de destruirlo, Dios, con paciencia, le concedió misericordia.
Ninguno de nosotros merece la salvación que recibimos como regalo de la gracia de Dios. Si hubiéramos recibido lo que merecíamos, ya estaríamos en el infierno. Pero Dios tiene un gran amor por los pecadores y paciencia para darles tiempo para arrepentirse. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2 Pedro 3:9). Si bien la paciencia de Dios es grande, no es ilimitada. Quienes lo rechazan continuamente llegarán a un punto en el que perderán la oportunidad de salvación. Pero la paciencia de Dios debería animarnos a seguir ayudando a nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo que no son salvos. El hecho de que aún no lo hayan aceptado no significa que debamos rendirnos.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: La paciencia de Dios nos da esperanza, no solo para nosotros mismos, sino también para quienes aún necesitan el evangelio.