¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. 13 Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. 14 Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío. Salmo 19:12-14
Debido a que somos personas pecaminosas, nacidas con una naturaleza caida, hacer lo correcto no nos resulta natural. Nos resulta fácil desviarnos y, al mismo tiempo, convencernos de que seguimos en el buen camino y en la dirección correcta. Sin la obra de Dios en nuestras vidas, no tenemos esperanza de vencer el pecado y vivir una vida santa. Abandonados a nuestra propia voluntad y sabiduría, inevitablemente fracasaremos en hacer lo correcto. Jeremías escribió: « Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos.» (Jeremías 10:23). La buena noticia es que no estamos solos. El Espíritu Santo de Dios vive en cada hijo de Dios, brindándonos guía, dirección, advertencia y convicción.
Antes de ser salvos, no teníamos la capacidad ni el poder para vencer al diablo, incluso si tuviéramos el deseo de hacerlo, lo cual no era nuestro caso. Satanás siempre vence a los perdidos: “y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él.” (2 Timoteo 2:26). Pero como hijos de Dios nacidos de nuevo, la importancia de la santidad personal debe llevarnos a buscar ferviente y diligentemente la ayuda de Dios para vencer el pecado. Con la ayuda de Dios podemos vencer cualquier tentación de pecar. Ya no estamos atados al pecado como antes. El único poder que el pecado tiene sobre nosotros ahora es el poder que decidamos otorgarle. Si nuestra meta es agradar a Dios como debe ser, entonces debemos buscar su rostro y su ayuda para mantener la vida santa a la que él nos llama.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: La autosuficiencia y la confianza en uno mismo son mortales para una vida cristiana victoriosa.
