“7 Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía. 8 Y Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos? 9 Y se levantó Ana después que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo de Jehová, 10 ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente.”

1 Samuel 1:7-10

El misionero David Brainerd luchó contra la enfermedad durante su labor pionera entre los indígenas. En 1746, con tan solo veintiocho años, contrajo tuberculosis y ya no pudo viajar ni predicar. Jonathan Edwards lo acogió en su casa, donde su hija de diecisiete años, Jerusha, fue su enfermera durante los últimos días de su vida. Apenas cuatro meses después de la muerte de Brainerd, Jerusha también falleció, contagiada por la misma enfermedad. Posteriormente, Jonathan Edwards escribió: “Todos los apegos misericordiosos que son un dulce aroma para Cristo y que llenan el alma del cristiano con una dulzura y fragancia celestiales, son apegos quebrantados”.

Las cargas que llevamos en el corazón pueden ser grandes, pero si respondemos a ellas como debemos, confiando en la obra de Dios, a menudo descubrimos que son la fuente de algunas de nuestras experiencias espirituales más significativas. El corazón que se amarga se enfría y se aleja de Dios. Pero el corazón que se refugia en la fe encontrará en Dios una fuente de ayuda y esperanza.

“Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; Derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio. Selah” Salmo 62:8. Dios no siempre obra como quisiéramos, pero siempre hace lo correcto y lo mejor. Nuestras cargas deberían acercarnos a Él en lugar de alejarnos de Él.

PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL

Las cargas profundas pueden ser la fuente de nuestro mayor crecimiento y victoria espiritual.

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