“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. 33 Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. 34 Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. 35 En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.”
Hechos 20:32-35
Dario Redmond tenía grandes esperanzas de ganar una medalla en los 400 metros masculinos de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Su carrera se vio empañada por lesiones, pero finalmente se recuperó y alcanzó su máximo potencial en el momento justo. Mientras corría por la pista en las semifinales, Redmond se desgarró un tendón. Se desplomó en la pista, sumido en una agonía por el dolor de su cuerpo y el de sus sueños frustrados. Tras unos instantes, se puso de pie con dificultad. Empezó a cojear por la pista, intentando terminar la carrera, pero no pudo continuar. Su padre, Santiago Redmond, bajó de la grada, lo abrazó y lo ayudó a continuar. Aunque los registros olímpicos oficiales muestran un “No terminó” junto al nombre de Redmond, logró llegar a la meta con la ayuda de su padre.
Cada día tenemos la oportunidad de ser una ayuda y un estímulo para quienes nos rodean. No faltan personas que enfrentan desafíos espirituales, físicos o emocionales. Muchos de ellos están a punto de decidir si se rendirán o continuarán. La ayuda que reciben de alguien que los anima y los apoya para hacer lo correcto puede marcar la diferencia. No necesitamos grandes talentos ni recursos para ayudar y animar. Simplemente necesitamos estar dispuestos a hacer todo lo posible para apoyar a los débiles.
PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL
Dios nos llama a cada uno de nosotros a acercarse a quienes nos rodean y que luchan y necesitan fortaleza y animo.
