“Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, 13 la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. 14 Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. 15 Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.”
1 Corintios 3:12-15
Henry Martyn fue un estudiante brillante, graduado de Cambridge con tan solo veinte años y ganador del premio de matemáticas. A pesar de su éxito, Martyn dijo que “solo había vislumbrado una sombra”. Planeaba estudiar leyes cuando escuchó un informe sobre el impacto de William Carey como misionero en la India. Fue a la India y, en siete años de trabajo misionero, tradujo el Nuevo Testamento a tres idiomas diferentes. Aquejado de problemas de salud, regresaba a Inglaterra cuando falleció con tan solo treinta y un años. Su oración al llegar al campo misionero fue: “Señor, permíteme servirte”, y así lo hizo. Lo que el mundo podría llamar una vida desperdiciada, Dios lo ve como un gran éxito.
Todos tenemos la opción de centrarnos en las cosas de este mundo o en las del otro. No podemos hacer ambas cosas, aunque muchos intentan dividir la diferencia. Vivir para Dios y para la eternidad requiere sacrificios que no tienen sentido para el mundo. Vivir para este mundo significa que no tendremos el tiempo, la atención ni los recursos para hacer lo que Dios nos llama a hacer. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Mateo 6:24.
Al vivir para Dios, podemos perder la aprobación de los demás en este mundo, pero nos alegraremos de haberlo hecho cuando nuestra obra por Cristo sea juzgada en el Tribunal de Cristo.
PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL
Una vida centrada en lo que más importa —las cosas de Dios— es una vida de éxito.
