“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. 13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.”
Lucas 18:11-14

Lei en un libro que cada año, en la conferencia anual de D. L. Moody en Northfield, Massachusetts, atraía a asistentes de todo Estados Unidos y Europa. Pastores y laicos acudían para escuchar y aprender de Moody. Los huéspedes se alojaban en los dormitorios de las Escuelas de Northfield que Moody había fundado. Años después, R. A. Torrey compartió una historia que reveló mucho sobre el carácter de Moody. En aquellos tiempos, era costumbre en Europa que los huéspedes de un hotel dejaran sus zapatos fuera de la puerta. Durante la noche, el personal los lustraba y los tenía listos para la mañana siguiente. Varios pastores y miembros de la iglesia europeos habían dejado sus zapatos fuera, sin darse cuenta de que esta no era una costumbre común en Estados Unidos y que no había forma de lustrarlos. Pero Moody se enteró, y en la madrugada, después de la medianoche, Torrey lo encontró lustrando los zapatos.

Si nos creemos mejores que los demás, no tendremos la relación con Dios que necesitamos para cumplir sus propósitos. Dios busca personas humildes, pues son quienes están en posición de recibir su gracia para su obra. “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” Santiago 4:6. Sin la misericordia y la gracia de Dios, no seríamos mejores que el peor pecador de la historia, y cuando el orgullo nos tienta a menospreciar a los demás, debemos recordar que todo lo que tenemos es un don de Dios.

PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL
La humildad es la única manera razonable y correcta de acercarnos a Dios. Él nunca rechazará a los humildes.

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