Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. 2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. 3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Apocalipsis 21:1-3
Aunque la Biblia nos dice con gran certeza que el Cielo es el destino eterno de los hijos de Dios, no nos da muchos detalles ni descripciones del Cielo. Vemos destellos, pero la plenitud de la gloria y la majestad del Cielo es indescriptible. De hecho, Pablo declaró que no se le permitió compartir lo que vio cuando Dios le dio un anticipo de cómo sería el Cielo, posiblemente cuando fue apedreado y dado por muerto en Listra. «que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.» (2 Corintios 12:4).
La gloria y la belleza del Cielo no residen solo en sus calles doradas, su río cristalino, su muro de piedras preciosas o sus puertas de perlas. La gloria y la belleza del Cielo residen en la presencia de Dios mismo. Pasaremos toda la eternidad en el lugar donde Él está. Las preocupaciones, los dolores y las angustias del mundo quedarán atrás y serán olvidadas. La necesidad de oración ferviente y urgente será reemplazada. El anhelo de propósito y significado que tantos sienten será satisfecho por la presencia de Dios. Ya no necesitaremos relojes ni calendarios, porque el tiempo llegará a su fin. Nunca necesitaremos una luz, porque Jesús es la luz constante e inmutable del Cielo. Este es nuestro hogar eterno.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: La resurrección de Jesucristo y las fieles promesas de Dios nos garantizan que pasaremos la eternidad en su presencia en el Cielo.