Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,2 con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,3 solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; 4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; Efesios 4:1-4
Si alguien tenía una excusa para sentir que Dios no había cumplido sus promesas ni lo había cuidado, ese era el apóstol Pablo. Él proclamó fiel y valientemente la verdad del evangelio por todo el Imperio Romano. En respuesta, fue golpeado, apedreado, encarcelado, acusado falsamente y encarcelado. Pablo podría haber usado esas dificultades como excusa para dejar de servir a Dios. En cambio, vio todos estos problemas como nada comparados con la importancia de la causa y la certeza de la recompensa. «Porque nuestra leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17).
Lo que Pablo reconoció fue que las circunstancias no dictan la conducta. La necesidad de vivir de una manera digna de ser hijo de Dios era la misma en la cárcel que en la sinagoga. El hecho de que Pablo estuviera en la cárcel no alteró su responsabilidad hacia Dios y los demás. El hecho de que las personas de Éfeso a quienes escribió fueran libres tampoco alteró su responsabilidad. En cada situación, debían hacer lo correcto y lo que honrara y glorificara a Dios. «Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy instruido, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad» (Filipenses 4:12). En cualquier situación en la que nos encontremos, debemos hacer lo correcto, viviendo a la altura del gran privilegio que Dios nos ha dado de ser llamados sus hijos.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: La obediencia y la fidelidad son posibles y necesarias en cada situación y circunstancia de nuestra vida.
