Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, 2 que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras,3 acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne,4 que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, Romanos 1:1-4
Los acontecimientos que se desarrollaron durante la vida y el ministerio de Jesús no fueron accidentales. Cientos e incluso miles de años antes de su venida, los profetas del Antiguo Testamento habían predicho el momento y el lugar de su nacimiento, su muerte sacrificial y su resurrección. Cada una de esas profecías se cumplió al pie de la letra. La evidencia de que Jesús era el Mesías era indiscutible. Más allá de las promesas proféticas, también estaban los numerosos milagros que Jesús realizó, cosas completamente imposibles para un ser humano. Sin embargo, a pesar de toda esta evidencia, muchos no lo aceptaron. Incluso los propios hermanos de Jesús no creyeron que él era el Mesías hasta después de su resurrección.
Hoy en día, no solo tenemos las Escrituras del Antiguo Testamento, sino también la Biblia completa, que incluye los detalles de la vida de Cristo que aquellas personas no tenían. Sin embargo, todavía hay quienes se niegan a creer el relato bíblico y la verdad fundamental de que Jesús es la única esperanza de salvación.
El apóstol Pablo dedicó su vida a compartir el evangelio, y cada cristiano también está llamado a esa tarea. Dios nos ha elegido específicamente para esta tarea. «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo conceda» (Juan 15:16). La necesidad de compartir el evangelio no es solo para unos pocos pastores, misioneros y obreros cristianos, sino para cada hijo de Dios. Debemos tomar lo que hemos recibido y compartirlo con los demás.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: Dios manda a cada uno de sus hijos a ser parte de su plan para difundir el evangelio por todo el mundo.