“Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; 19 y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; 20 para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra; a fin de que prolongue sus días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel.”
Deuteronomio 17:18-20
En la época de Moisés, la nación de Israel no tenía rey. Pero Dios sabía que algún día lo tendrían. Así que, al darle la Ley a Moisés, dio instrucciones a esos reyes para evitar que se enaltecieran y se alejaran de Él. La esencia de esa instrucción era que escribieran a mano una copia de las Escrituras y la leyeran a diario. Esto era para que recordara que no era el soberano supremo, sino que debía rendir cuentas a Dios.
Alguien dejo escrito esto: “Si los hombres fueran ángeles, no sería necesario ningún gobierno. Si los ángeles gobernaran a los hombres, no serían necesarios ni controles externos ni internos sobre el gobierno. Al crear un gobierno que será administrado por hombres sobre hombres, la gran dificultad radica en esto: primero hay que permitir que el gobierno controle a los gobernados; y en segundo lugar, obligarlo a controlarse a sí mismo”.
La mayoría de nosotros no somos líderes de gobiernos, pero enfrentamos la misma tentación de orgullo que enfrentaron los reyes de Israel. La cura para el orgullo se encuentra en la Palabra de Dios. Cuanto más la leamos y la obedezcamos, más humildes seremos. La Biblia disipa cualquier duda sobre nuestra grandeza y nos recuerda que Dios está por encima de todo. La Biblia destruye nuestras pretensiones de ser mejores que los demás, recordándonos que todos somos pecadores que necesitan la liberación de Dios. Cuando la Biblia llena nuestros corazones y mentes, será evidente porque cambia nuestra forma de vivir.
PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL
Si nos vemos a través de la Palabra de Dios, nos resultará fácil rechazar el orgullo.