Jesús les respondió: ¿Ahora creéis? 32 He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo. 33 Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16:31-33
Una de las principales cosas que el mundo que nos rodea busca es la paz. Ya sea paz para un individuo, una comunidad, una familia o una nación, la paz es difícil de alcanzar. Las naciones firman tratados y acuerdos, los rompen y reanudan la guerra. No es raro que la gente proclame paz cuando no es real. Incluso en la antigüedad, esta tendencia era común. Jeremías escribió: « Y curaron la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz.» (Jeremías 8:11). Mucha gente piensa que si tan solo pudieran acumular un poco más de dinero o alejar a una persona difícil de su vida, habría paz. Pero la paz nunca proviene de nuestras circunstancias.
La paz, la verdadera paz, proviene de Dios. Se basa, no en la ausencia de problemas, sino en la certeza de que la victoria final ya se ha obtenido. Cuando elegimos orar y dar gracias en lugar de preocuparnos, podemos experimentar una paz inexplicable en términos humanos. “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:7). No tenemos por qué desanimarnos ni dejarnos vencer por los problemas. No tenemos por qué llenarnos de ansiedad y preocupación a causa de la tribulación. Ninguna experiencia humana puede vencer la paz que Dios nos ofrece como hijos suyos. Ninguna adversidad ni sufrimiento puede arrebatarnos su paz. Jesús nos dijo que vendrían tiempos difíciles, pero la promesa de su presencia y su victoria sobre el mundo nos infunde confianza al descansar en él.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: Dios da su paz a quienes responden a las pruebas confiando en él.