Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor. 18 Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo. 19 Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados. 1 corintios 11:17-19

Había mucha preocupación entre los líderes del ejército cuando comenzó la Guerra Hispanoamericana en 1898. Las divisiones de la Guerra Civil aún eran muy reales, y varios soldados habían luchado tanto por el Norte como por el Sur en ese conflicto. Existía la preocupación de que estos hombres no estuvieran dispuestos a luchar juntos, ni siquiera contra un enemigo común. Pero el teniente coronel Curtis Guild, Jr., destacado en Cuba, relató cómo se unieron los antiguos enemigos. “En la víspera de Navidad de 1898, estaba sentado frente a mi tienda en la cálida noche tropical, charlando con un compañero oficial sobre la Navidad y el hogar. De repente, desde el campamento del 49.º, sonó la llamada de un centinela: ‘¡Número diez; doce en punto, y todo bien!'” Era la mañana de Navidad. Apenas se había apagado el grito del centinela, cuando desde las tiendas de los músicos de ese mismo regimiento se elevó la música de un antiguo y familiar himno, y una clara voz de barítono encabezó el coro que corría velozmente por aquellos campos iluminados por la luna: “¡Cuán firmes cimientos, santos del Señor!”. Otra voz se unió, y otra, y otra, y en un instante todo el regimiento cantaba, y luego se unió el Sexto Regimiento, con el Cuarto Regimiento, y todos los demás, hasta que allí, en las largas colinas sobre la gran ciudad, cantaba todo un cuerpo del ejército.

Los cristianos provienen de diferentes regiones, orígenes, etnias, estratos sociales y experiencias. Sin embargo, lo que nos une por encima de todas las diferencias y divisiones es el evangelio. Quienes hemos confiado en Cristo tenemos el mismo Salvador. Somos hermanos y hermanas en Cristo. Y Dios nos llama a un amor ferviente los unos por los otros. « Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.» (1 Pedro 4:8).

Principio de valor para edificar una vida espiritual: Cuanto más amemos a Dios, más amaremos a los demás creyentes.

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