“Jehová es mi pastor; nada me faltará. 2 En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará. 3 Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. 4 Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”
Salmo 23:1-4
En la década de 1850, un grupo de misioneros escoceses partió hacia el Pacífico, hacia lo que entonces se llamaban las Islas Nuevas Hébridas. John Paton y su esposa se establecieron en un entorno hostil. Muchos de los habitantes eran caníbales y tenían poco interés en el evangelio. Poco después de llegar a la isla de Tanna, Maria, la esposa de John, dio a luz a su hijo Pedro, pero tanto la madre como el bebé murieron pocos días después. Después de enterrar a su esposa e hijo, Paton durmió sobre la tumba durante semanas para asegurarse de que sus cuerpos no fueran desenterrados y comidos por caníbales. A pesar de su dolor y pérdida, Paton continuó su obra para Dios y tuvo un ministerio poderoso y eficaz. Años después, al recordarlo, escribió: “Quienes hayan pasado por una oscuridad similar a la de la medianoche se compadeceran de mí. En cuanto a todos los demás, sería más que vano intentar describir mis penas. Si no fuera por Jesús y su compañía, habría enloquecido y muerto”.
Dios no promete que todo en nuestras vidas transcurrirá sin problemas. No garantiza que nunca sufriremos dolor ni pérdidas. Sí garantiza que siempre estará con nosotros. Es la presencia de Dios en nuestras vidas, no como una fuerza distante e impersonal, sino como un Pastor amoroso, lo que nos permite superar las heridas y seguir adelante. Incluso la muerte, lo más temido en este mundo, no aterroriza al hijo de Dios. “Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; El nos guiará aun más allá de la muerte.” Salmo 48:14.
PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL
Todos los días de nuestra vida estamos bajo el cuidado personal del Buen Pastor.
