He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; 2 pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. 3 Porque vuestras manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios pronuncian mentira, habla maldad vuestra lengua. Isaias 59:1-3
La Biblia nos dice mucho acerca del odio de Dios por el pecado. Si realmente entendiéramos lo repugnante que es el pecado, lo practicariamos menos. Pero cuando pecamos, hay un efecto catastrofico en nuestra relación con Dios. No afecta nuestra posición como miembros de Su familia (nada puede deshacer nuestra salvación), pero destroza nuestra comunión y cercanía con nuestro Salvador.
A lo largo de los años, he escuchado a muchos cristianos hablar de cómo la oración no “funciona” como dice la Biblia que debería. A menudo se dan excusas, pero las promesas de oración de Dios no han cambiado. Él todavía es capaz de hacer cualquier cosa. A veces el problema es de fidelidad (Dios nos llama a ser importunos en nuestras oraciones, Lucas 18:1), pero muchas veces el problema es que permitimos que el pecado permanezca en nuestras vidas, cubriéndolo en lugar de confesarlo. Eso impide que nuestras oraciones sean siquiera consideradas. “Si en mi corazón hubiera yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Salmo 66:18).
El pecado separa al cristiano de la comunión con Dios de la misma manera que el pecado separa al perdido de la eternidad con Dios. Una y otra vez las personas tratan de cubrir su pecado y aferrarse a él, en lugar de renunciar a él. Alguien dijo: “La razón por la que a las personas les cuesta resistir la tentación es que no quieren quitarla por completo”. Hay muchas razones para evitar el pecado, pero una de las más apremiantes debería ser la idea de perder la comunión con Dios. Debemos anhelar su presencia y la relación estrecha que sigue a la obediencia.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: No permita que los ecos de los pecados pasados ahoguen sus oraciones a un Dios santo.