Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos 22 Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. 23 Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. 24 Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena. Lucas 14:21-24
Aunque algunas de las parábolas de Jesús eran más directas, otras tenían múltiples niveles de significado y aplicación. La historia de un hombre que organizaba una gran cena es una de ellas. Hay una lección sobre cómo las personas responden a la invitación y al ofrecimiento de salvación de Dios: en lugar de alegrarse por ser invitados, inventaron diversas excusas, la mayoría absurdas, para no asistir a la cena. También hay una lección: Dios no busca personas ya aceptables, perfectas o respetadas por la sociedad, sino que acoge a quienes acudan a Él sin importar su situación.
Pero también hay lecciones en los mandatos dados a los sirvientes para quienes hemos sido salvos. El anfitrión de la fiesta les ordenó actuar con prisa, salir rápidamente y traer a la gente a la cena. También les ordenó actuar con urgencia, obligarlos a entrar. Tenemos la buena noticia, la única esperanza para el mundo perdido y moribundo. Es nuestra responsabilidad llevar el evangelio a quienes aún no lo han recibido, y no debemos hacerlo como un punto más en una lista de verificación o agenda, sino como una prioridad. Esto es lo que hizo Jesús. « Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.» (Lucas 19:10). Esto es lo que debemos hacer también nosotros.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: La tarea de alcanzar a los perdidos con el evangelio merece y exige nuestro máximo esfuerzo.