“El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová. 29 ¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra? 30 Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas, dice Jehová, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano.”
Jeremías 23:28-30
Charles Spurgeon fue en una ocasión a probar la acústica de un auditorio donde iba a hablar esa noche. Subiendo al púlpito, proclamó en voz alta: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Satisfecho con el sonido, se marchó. Sin saberlo, había dos hombres trabajando en las vigas de aquel gran auditorio, ninguno de los cuales era cristiano. Uno de ellos, removido de conciencia por el versículo que citó Spurgeon, se convirtió en creyente ese mismo día.
Hemos recibido una Palabra de Dios poderosa y perfecta para usarla en nuestras vidas y trabajar para Él. Nada se compara con su poder y capacidad para transformar vidas. Sin embargo, con demasiada frecuencia la gente intenta reemplazarla con algo más aceptable para nuestra sociedad. Este no es un problema nuevo. En los días de Jeremías hubo falsos profetas que decían al pueblo lo que querían oír en lugar de lo que Dios había dicho. Dios los rechazó y los condenó por ello.
Tenemos el derecho y la responsabilidad de proclamar fielmente la Palabra de Dios a nuestro mundo. Puede que no sea popular. Puede causar resentimiento, oposición o incluso persecución. Pero es el único mensaje que hemos recibido y debemos anunciarlo. La Biblia no está obsoleta ni anticuada. Es tan perfecta y confiable ahora como lo fue el día en que el Espíritu Santo dio las palabras inspiradas a autores humanos. No necesitamos un mensaje nuevo, sino fidelidad al mensaje que hemos recibido.
PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL: Nada puede sustituir el impacto que la poderosa Palabra de Dios tiene en las vidas.