No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.19 Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Juan 17:15-19
Aunque Jesús les había dicho a los discípulos que sería muerto en Jerusalén y luego resucitaría de entre los muertos, ellos realmente no comprendieron lo que les estaba diciendo. Pero Jesús sabía completamente lo que vendría, y la noche antes de la crucifixión celebró la Pascua con sus discípulos. Mientras comían, les habló, y antes de que se fueran, oró en su presencia. Esta oración resumió su vida y ministerio, y reveló su deseo para sus seguidores, y no solo para los que estaban en la habitación esa noche, sino también para nosotros. Jesús dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,” (Juan 17:20).
Una de las cosas que Jesús le pidió a Dios que hiciera por sus seguidores fue hacerlos santos y apartarlos para su servicio. Eso es lo que significa ser santificado: ser apartado y consagrado del mundo. Dios nos llama a ser santos como un reflejo de su naturaleza y carácter. Pedro escribió: “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pedro 1:15-16). Dios no sólo nos dice que seamos santos, sino que nos da los medios para llevar a cabo esta tarea, y eso significa la misma Palabra de Dios. La Biblia no es sólo un antiguo texto religioso. Es la poderosa Palabra de Dios que limpia nuestros corazones y mentes, y nos ayuda a conformarnos a la imagen de Jesucristo. Es el arma con la que luchamos y ganamos las batallas espirituales.
Principio de valor para edificar una vida espiritual.: Cuanto más guardemos la Palabra de Dios en nuestros corazones, más santificados y santos seremos en nuestras vidas.