Descendió Jesús a Capernaum, ciudad de Galilea; y les enseñaba en los días de reposo.
32 Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad. Lucas 4:31-32
Después de ser rechazado por la gente de su ciudad natal de Nazaret, Jesús fue a la ciudad de Capernaúm, que se convirtió en la sede de su ministerio. Allí continuó su práctica de ir a la sinagoga cada semana en el día de reposo para enseñar a la gente. Fue fácil para ellos reconocer que lo que Jesús estaba predicando era diferente de lo que habían escuchado previamente de otros rabinos. El relato paralelo en Marcos destaca esta verdad: “Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” (Marcos 1:22).
En aquellos días, era una práctica común que los rabinos enseñaran más sobre las enseñanzas de los rabinos y las discusiones que tenían sobre el significado de las distintas partes de las Escrituras, que enfocarse realmente en la Palabra de Dios. Jesús era diferente. No le interesaban las opiniones de los hombres. Declaró las verdades que el Espíritu Santo de Dios había inspirado para que se escribieran y explicó cómo se aplicaban a la vida diaria y lo que Dios esperaba de su pueblo.
Hay un enorme poder y autoridad cuando nos ponemos de pie y decimos: “Así dice el Señor”. Nuestras ideas y opiniones no tienen el peso suficiente para traer convicción de pecado a los corazones de los perdidos. El conocido autor y escéptico Mark Twain dijo: “No son las partes de la Biblia que no entiendo las que me molestan. Son las partes que sí entiendo”. Aunque la Biblia puede no ser aceptada o apreciada, su poder no se puede negar. Necesitamos decirle al mundo lo que Dios ha dicho. Su Palabra, compartida en Su poder, es el medio que Él nos ha dado para alcanzar a los perdidos.
Principio de valor para edificar una vida espiritual: Cuando le enseñamos a la gente la verdad de Dios en Su Palabra, les damos un mensaje con el poder de transformar vidas.