«Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, 9 y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.» (San Mateo 3:7-9)
El padre, el abuelo y el bisabuelo de Hudson Taylor eran cristianos devotos y predicadores laicos de la iglesia metodista. Pero a Taylor no le interesaban las cuestiones religiosas. Sus amigos lo habían convencido de que el cristianismo era anticuado y que no quería saber nada de él. Sus padres y su hermana comenzaron a orar fervientemente por su salvación. A los diecisiete años, tomó un tratado evangélico y comenzó a leer. Mientras leía, se convenció de su necesidad de un Salvador. Más tarde, Taylor escribió: “Y con esto, como una luz que el Espíritu Santo destelló en mi alma, surgió la gozosa convicción de que no había nada en el mundo que hacer sino arrodillarme y aceptar a este Salvador y su salvación, para alabarlo eternamente”.
El hecho de que Hudson Taylor viniera de una familia creyente durante generaciones no cambió su necesidad de un Salvador personal. Nadie hereda el cristianismo. Alguien dijo: «Dios no tiene nietos, solo hijos». No importa cuál sea nuestra herencia, cada persona que nace en el mundo nace pecadora. Esto es tan cierto para los hijos de un predicador como para los de un ateo. Nadie más puede confiar en Dios por nosotros. La salvación solo viene por gracia mediante la fe, y esa debe ser una decisión individual. Cada persona elige la salvación a través de Jesucristo o lo rechaza y paga el castigo por sus propios pecados. No hay muchos caminos hacia Dios y el Cielo, como algunos afirman; solo hay un camino: a través de Cristo. Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (San Juan 14:6)
PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL: La fe de nuestros antepasados puede inspirarnos, pero no puede reemplazar nuestra fe únicamente en Jesucristo.