Y dijo José a sus hermanos: Yo soy José; ¿vive aún mi padre? Y sus hermanos no pudieron responderle, porque estaban turbados delante de él. 4 Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. 5 Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros. Génesis 45:3-5
Cuando los hermanos de José lo vendieron como esclavo e hicieron creer a Jacob que su hijo favorito había sido asesinado por un animal salvaje, cometieron un gran mal. Sin embargo, cuando finalmente se reunieron con José, aunque él tenía el poder de infligirles cualquier castigo que quisiera, los perdonó. José estaba dispuesto a perdonar porque reconoció que Dios había estado obrando. El problema era que a sus hermanos les costaba mucho aceptar que habían sido perdonados.
Pasaron diecisiete años antes de que Jacob muriera. Cuando regresaron a Egipto después de enterrar a Jacob en la Tierra Prometida, temieron que José hubiera estado esperando el momento oportuno. “Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos.” (Génesis 50:15). Habían sido perdonados, pero todavía vivían con culpa y vergüenza por lo que habían hecho.
A menudo hacemos eso, tanto con Dios como con los demás. Nos damos cuenta de la gravedad de nuestras ofensas, y nos arrepentimos genuinamente y buscamos el perdón. Pero cuando lo recibimos, no vivimos como si hubiéramos sido perdonados. Habrá consecuencias por las acciones pasadas, pero la culpa ha sido eliminada. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:1).
Principio de valor para edificar una vida espiritual: No permita que la culpa por cosas que has confesado y por las que has pedido perdón siga agobiándote.
