“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.”
2 Corintios 5:14-15
Cuenta la historia que, antes de la crucial Batalla de Austerlitz, en diciembre de 1805, Napoleón no podía dormir. Ampliamente superado en número por las fuerzas combinadas rusas y austriacas, el emperador francés sabía que el conflicto inminente pondría a prueba a sus tropas hasta el límite. Mientras paseaba por el campamento, mirando hacia la llanura donde se libraría la batalla, Napoleón se topó con un miembro de la élite de la Vieja Guardia que se había quedado dormido haciendo guardia. Aunque esa negligencia se castigaba con la muerte, el emperador no llamó a otros soldados para que vinieran a ejecutarlo. Sin embargo, tomó el arma y montó guardia él mismo durante el resto de la noche. Al amanecer, los hombres de la unidad más importante de Napoleón encontraron al emperador montando guardia en lugar de uno de los suyos. Entraron en batalla decididos a demostrar su lealtad y gratitud, y ayudaron a Napoleón a obtener la mayor victoria en todas sus campañas.
Jesús vino y se puso en nuestro lugar, tomando sobre sí la pena de muerte que por derecho nos correspondía. Se nos dio la vida cuando lo único que merecíamos era la muerte. Hemos recibido esperanza cuando solo merecíamos desesperación. La tarea de nuestra vida como hijos de Dios no es ganarnos su aprobación, pues ya nos ha sido dada por gracia. Nuestra tarea es vivir en gratitud hacia Aquel que nos dio este increíble regalo. Cada día tenemos oportunidades para retribuir, y debemos aprovecharlas.
PRINCIPIO DE VALOR PARA EDIFICAR UNA VIDA ESPIRITUAL
Dios nos ha dado tanto que nada de lo que le devolvamos será demasiado.